martes, 10 de abril de 2018

Soy malo para los títulos

Yo lo ví todo! Estaba sentado en el barcito de la esquina opuesta, asientos de primera fila para la escena que estaba por vivir.
Ví cómo se acercaban ambos, cada uno por su lado, sin prestar especial atención a su alrededor. Ella se veía como cualquier mujer jóven: No demasiado alta, el pelo más bien corto y negro, y tez clara. Venía algo apurada, como si llegara tarde a algún lado. Él, por su lado, un laburante cualquiera. Andaba en su bicicleta por entre los autos, yendo o viniendo del trabajo, supongo.
Nada especial, realmente, sino hasta que por azar sus miradas se encontraron. Ella quiso ver si venía algún auto y se encontró con él, su bicicleta, y finalmente sus ojos. Ojos marrones como los de cualquiera, pero éstos se clavaron en los de ella en el mismo instante en que se cruzaron. Él dejó de pedalear y esquivar autos, ella parecía de repente haber olvidado a dónde iba. Y por lo que habrán sido... No sé, 40 segundos? Por esos 40 segundos sus vidas se detuvieron, y la mía también. Sólo se miraron, sin atinar a mover un músculo ni decir una palabra.
Me dió tiempo de mirarlos nuevamente y encontrar en sus ojos este brillo, único, que no volví a encontrar desde entonces. No sabría describirlo, la verdad, pero sí puedo decir que se sentía más puro que ninguna otra cosa. Aún no entiendo si fueron las personas, si fue la situación, o si fueron ambas, pero jamás volví a ver algo así.
Ninguno pudo girar la cabeza, y pasados esos largos 40 segundos, sus miradas se interrumpieron y nunca volvieron a cruzarse. Ella cruzó la calle, apurada mirando la hora. Él volvió a pedalear y se escapó entre los autos. Ambos volvieron a sus vidas como si nada hubiera pasado, pero ninguno era el mismo.
El brillo en sus ojos ya no estaba. En su lugar, dejó un pequeño vacío que guarda el lugar de algo que nunca más volvería a encenderse.